Tumba del ex dictador, en la Recoleta, diseñada por el arquitecto Bustillo y bajorelieves de De la Cárcova.
LAS DOS MUERTES EN UN PAIS QUE ES NO ES UNO SOLO
En fenómenos que son imposible de planificar, mucho más en Argentina, de pronto, en un panorama dinámico y crispado, como ha puesto de moda la tevé, la muerte, asesinato o ajusticiamiento de Pedro Eugenio Aramburu acaba de ser exhumado casi al unísono bajo los formatos literatura y cine. Por anchas o por mangas, los dos tienden a sacralizar la dada como oficial en su momento por el dúo Firmenich-Arrostito. Debido a las tropelías y asesinatos en masa de todo calibre, más las torturas más refinadas y exquisitas de lo inhumano que tuvieron a cabo llevar los Industriales de la Muerte con uniforme oficial, ha quedado en un total segundo plano, amnistiado, el hecho que el operativo pudiera ser llevado a cabo por ocho (8) jóvenes ultracatólicos, más que derechosos, con inclinaciones que no se puede calificar de fascistas porque les resulta irritativo, pero sí de un anticomunismo visceral, sin apoyo y novicios como para ser incapaces de asaltar un maxiquiosco atendido por un ciego.
En un país donde la mayoría de los intelectuales, contrario sensu que resulta por lo general muy difícil ser intelectual y ser oficialista de cualquier signo, la gran mayoría ni siquiera alcanza el rango de contestario y forman parte del stablishment por el lado de la quejita y la buena vida, la insostenible quimera de la consigna Perón, Evita, la Patria Socialista, por la cual fueron desaparecidos alrededor de 22 mil jóvenes oficialmente, más los 9,6 mil que reconoció Viola en un informe desde el Comando en Jefe del Ejército bajo el rubro caídos en combate, lo que hizo decir a una de las varias asquerosidades idolatrizadas que luce el país lo de treinta lucas de muertos, ahora va a proceder a otro muy seguro ajusticiamiento sumario de Aramburu sacarilizando otra vez por las dudas, no sea cosa que resucite, la versión oficial del Comandante Pepe, cuasi milagrosamente el único sobreviviente del octeto original, y La Gaby.
En su momento tanto el capitán Aldo Molinari, de la Armada, gorilón confeso y a la luz del día, como su escudero, el nunca bien ponderado Capitán Gandhi, clamaron a los cielos que la muerte de su amigo jamás había estado en manos de peronistas y no tuvieron reparos en señalar con el dedo a la parte del generalato en el poder que encabezaban Onganía e Imaz. En 1972, en una ocasional y regada reunión en el departamento del periodista Carlos Ossa, en la Alameda Bernardo O'Higgins, justo frente al Cerro Santa Lucía, donde estaba también el poeta chileno Enrique Lihn, otro trasandino más y cuatro argentinos, todos vivos, uno de ellos exiliado por monto, la hermana desaparecida y asesinada por el mismo motivo, muy cercana a la Arrostito, el pisco con Coca Cola hizo que en un momento no premeditado se dejara escuchar una versión curiosamente más similar a la Molinari-Gandhi que a la que poco después pretendieran inmortalizar los popes oficiales de La Orga.
Siempre todas las dudas giraron en torno a cómo se había podido sacar a un general de la república, para colmo ex presidente provisional, igual que si llevaran a una criatura al prescolar, previo paso por el quiosco a comprar galletitas Manón. Ni hablar del presunto fusilamiento 48 horas después. Queda todavía como un exceso que el descubrimiento de toda la trama sucediera a los pocos días del golpe dado por el liberal Lanusse y que implantó en la Casa Rosada al desconocido Levingstone. El River-Boca de los Bichos Verdes, entre liberales y nacionalistas, no quedaba al descubierto porque nunca estuvo oculto.
Más entretelones, algunos indigestos, fueron puestos a flote por Juan Carlos Alonso en ¿Quién mató a Aramburu? (Sudamericana, 2005). La soledad sobreviviente del Comandante Pepe se agiganta. Porque también fueron dados turbiamente de baja el peón rural que cayó por Timote a las 3 de la tarde de aquel 29 de mayo a cobrarle a Ramus, el dueño, unas monedas que le debía de un trabajo, y el capataz de la estancia, hombre un tanto afecto al alcohol y otras debilididades típìcas, que también esa tarde fue conversado por el patroncito en un boliche del pueblo para que ni apareciera por el campo. El peón declaró bajó juramente que a pesar de estarse en un fines de mayo medio frión, a cielo abierto y pampa rasa, Firmenich lucía con el torso desnudo, traspirado, manchado de tierra, con toda la sensación de haber estado cavando un pozo. ¿A tan pocas horas y ya la pena sumaria había sido llevada a cabo? A pesar de lo poco que tuvieron la prudencia de mostrar, en el dichoso sótano no había lugar ni para una cabina telefónica y a casi un mes del dichoso fusilamiento otro comunicado oficial de los secuestradores, para nada curiosamente no divulgado como se debe, aceptaban que dadas las condiciones y etcétera, lo que se dice fusilamiento, fusilamiento, con todo el ritual castrense, no había sido. Así y todo, impetérritos, el Pepe y la Gaby, dos años después, se despacharon con la versión hasta hoy reinante y que amenaza fosilizarse como verdad histórica.
Tampoco quedaron dudas que Ramus compró esa misma tarde las bolsas de cal y las cargó en la camioneta. Alonso introduce la versión de la llegada de un helicóptero trayendo en su habitáculo a un Aramburu ya muerto y a la Arrostito. Habría otros testimonios que corroboran la tan difícil presencia de semejante artefacto. Por su parte, el hidróxido de calcio tiene la cualidad de deshidratar los tejidos vivos. Dicho en buen romance y tratando de ser lo menos asqueroso posible, el elemento ideal para desfigurar la antigüedad y el calibre de las armas (¿una? ¿dos?) que se usaron para quitarle la vida a quien le pusiera la luz verde al tour trasatlantico del cadáver embalsamado de Eva Perón. El cuerpo que fue hallado unos 40 días después, estaba semitenterrado, como vestido a las apuradas y los famosos cordones de los zapatos desatados.
Las aguas se dividen sin ningún nuevo Moisés que las pase caminando para arriba en la causa de muerte: si las balas de Abal Medina o una crisis cardíaca que impensadamente habría acelerado todo. Si el patatús sobrevino arriba del famoso Peugeot blanco, en el casco de Timote o arriba de una camilla del Hospital Militar Central. Si los encargados de balear un ya cadáver fueron los lonardistas conjurados en una logia o Abal Medina & Co. porque una autopsia que nunca se dio a conocer, en el borroneo operado por lo abrasivo de la cal, no permite justamente precisar la distancia de los impactos pero hace sospechar el uso de dos armas de guerra y de puño, pero distinto calibre.
Estas consideraciones tecnocráticas, que ya han merecido una novelización y el rodaje de una pelìcula están bastante lejos de ser meramente tal cosa. Hacen al fondo no sólo del adosamiento al peronismo de los jóvenes ultracatólicos como al del general Juan José Valle y las otras víctimas del alzamiento de 1956, que fueron fusiladas (es una manera de decir) por orden de Aramburu, como también al de Rodolfo Walsh y tantos otros, todos provenientes del nacionalismo, algunos hasta con falta de ortografía, y de cuyas dudas metafícas acerca del mutante y resbaloso Líder, sólo siempre igual a sí mismo. En el medio, con el Pepe ahora apoltronado académicamente en Barcelona, aparece nada menos que Rodolfo Galimberti, con pasaporte de la SIDE, llevándole oficialmente al General la versión oficial de los hechos, la famosa atada de zapatos y el postrer "proceda nomás", que lo había llevado al cariñoso dueño de los caniches al brutal comentario sobre "qué voz potente la de este Aramburu, decir algo así con la boca tapada", porque le habían sido quitada las prótesis dentales, rellenado la cavidad bucal con gasas y todo fijado con cinta adhesiva.
Alonso pivotea sobre el anonimato de una fuente militar, integrante de la logia conjurada y ajusticiadora, porque Lonardi y Aramburu habían sido hasta compañeros de banco en el Colegio Militar, lo mismo que Valle, y ya que la cardiología les habría jugado una mala pasada el baleo del cadáver habría tenido lugar en dependencias del Hospital Militar de la avenida Las Heras. Detalle más, detalle menos, con o sin logias operando, fue lo sostenido siempre por el dúo Molinari-Ghandi. El monto desencantado ya en el 72, en un 6º piso frente al santiaguino cerro de los diarios cañonazos para anunciar cada nuevo día, que no ahorraba epítetos para la conducción, en cambio, hablaba de más de una descompensación durante los dichosos interrogatorios y que el baleo ni siquiera había tenido lugar en el sótano, sino semanas después, cuando efectivos de la Federal que ya no respondían a Imaz hicieron el descubrimiento de lo que supieron siempre. La acción de la cal, en un pozo hecho a las apuradas y con un cuerpo no cubierto totalmente por el elemento abrasivo, habría sido el inconveniente para precisar los calibres y más o menos el tiempo de producidos. Acá no cabe el helicóptero introducido por Alonso. Como la gorda con el corsé: siempre queda un rollito afuera...
En cuanto a la novela Timote, de Juan Pablo Feinman, éxito arrasador en la actual Feria del Libro, con las licencias que permite la imaginería literaria sancochada con presunta historiografía, en lo fundamental se ciñe a la versión de El Descamisado. El largo metraje Secuestro y muerte, del veterano Rafael Filipelli, hombre de la FUC que fundara el radical Manuel Antín, tiene su punto de partida en un capítulo dedicado al tema en un libro de Beatriz Sarlo, su mujer. En la versión final del guión y del rodaje y la edición, según confesó, de la letra impresa del original sobrevivió bastante poco. Sí que su interés se focaliza en los cuatro días de encierro entre los jóvenes debutantes como guerrilleros, aspirantes a un puestito en el multitudinario peronismo para heredar al Viejo, y el veterano general gorila, con facturas impagas como legalizar la pena de muerte y fusilar con retroactividad. Sea como sea, salvo matar el tiempo leyendo o yendo al cine, un mínimo de testimonio y de rescate histórico debe darse por descartado de plano.
Esto no es obstáculo para encontrar, no sin un dejo estremecedor, que la que va a quedar instaurada como ejecución sumaria/homicidio resulta totalmente funcional a tirios y troyanos. Por más debutantes que hayan sido, planificar el secuestro de un hombre como Aramburu, para tenerlo prisionero, juzgarlo e interrogarlo con una pena de muerte que ya estaba puesta de antemano, y ni siquiera llevar un grabador Geloso de los de entonces suena a más que error de principiantes incautos que después quieren trazar la plaza propia y erigirse su propio monumento.
La versión de aquella noche en la Alameda Bernardo O'Higgins, en pleno camino chileno al socialismo encabezado por Salvador Allende, que violentando tratados internacionales, compromisos y arriesgando casi de manera suicida lo que ya estaba haciendo agua, El Chicho les sacó las papas del fuego a los que alcanzaron a fugarse de Trelew, entre los que estaba más de uno del caso Aramburu, explicó que la versión de su hermana desaparecida y asesinada había dado cuenta que el octeto muy joven había sido sin dudar una Formación Especial del general Imaz, el que quiere recordar a cargo de otras Formaciones Especiales de la Bonaerense que se estaba entrenando para Maldita y cobrar los diezmos de Socios Gratis del Capitalismo, y que cuando salieron del cerco perimetral capitalino gracias a la molicie de la Policía Federal, al hacer una posta en una localidad de Tres de Febrero y el teléfono de la Casa Rosada o no contestaba o la persona que atendía les decía que el querían hablar ellos no estaba y no se sabía a qué hora volvía, se dieron cuenta que los habían usado como profilácticos, que estaban solos y a Timote los boletos. ¿Es la verdad? En todo caso, concuerda mucho más con el lógico acaecer de los hechos humanos, como alguna vez se le escapó a un camarista en la sentencia de un juicio oral.
La ocasional concordancia de Feinman y Filipelli, desde diferentes lenguajes y ángulos bien diferenciados, a 38 años de sucedido todo, diluye casi de manera irremisible que sea como haya sido fue el acto fundante para que una alucinada concatenación de hechos llevara a una cadena de cintas grabadas con instrucciones a la Juventud Maravillosa y la Formaciones Especiales para una larga guerra de libertación y a una generación de uniformados a masacrar a una generación de jóvenes, que el puñado de ultracatólicos nacionalistas terminaran en una burda, casi grotesca conversión al marxismo leninismo, y que Rodolfo Galimberti, de emisario montonero y delegado de Perón usando pasaportes confeccionados por la SIDE de entonces terminara como guardaespaldas de sus antiguos secuestrados, a 200 kms/hora en una Harley Davinson por la Panamericana, compartiendo el vicio del vérgito y las melenas al viento con un juez federal, y trabajando para la CIA. Semejantes transfuguismos y conversiones siempre dejan la duda si la impostura está ya en los orígenes o en supuestos resfalones intermedios y/o finales. Sin embargo, todo parece indicar que siempre. El Viejo los echó de la Plaza el 1º de mayo de 1974 y los mecanismos de negación blindados del imaginario colectivo argentino sólo recuerda lo de imberbes. Volver a escuchar la pieza oratoria completa sigue siendo escalofriante. La acusación central era de que se trataba de agentes infiltrados del imperialismo, cuñas del mismo palo, por lo tanto los más peligrosos, empecinados en destruir a la columna vertebral del movimiento, como eran los chicos de la CGT, suena a pena de muerte, se quiera o no, le guste a quien le disguste. El decreto de exterminio que va a firmar unos pocos meses después el constitucionalista Italo Luder, ejerciendo la presidencia en reemplazo de la bailadora flamenca y alternadora que sigue respondiendo al alias espiritista de Isabelita, abriría de par en par los portones a los 12 mil efectivos sabiamente entrenados durante más de una década, sobre todo por expertos que habían probado las metodologías empleadas en una guerra de liberación, sí, pero contra ella, bajo las órdenes del Pentágono, justamente en Vietnam.
LAS DOS MUERTES EN UN PAIS QUE ES NO ES UNO SOLO
En fenómenos que son imposible de planificar, mucho más en Argentina, de pronto, en un panorama dinámico y crispado, como ha puesto de moda la tevé, la muerte, asesinato o ajusticiamiento de Pedro Eugenio Aramburu acaba de ser exhumado casi al unísono bajo los formatos literatura y cine. Por anchas o por mangas, los dos tienden a sacralizar la dada como oficial en su momento por el dúo Firmenich-Arrostito. Debido a las tropelías y asesinatos en masa de todo calibre, más las torturas más refinadas y exquisitas de lo inhumano que tuvieron a cabo llevar los Industriales de la Muerte con uniforme oficial, ha quedado en un total segundo plano, amnistiado, el hecho que el operativo pudiera ser llevado a cabo por ocho (8) jóvenes ultracatólicos, más que derechosos, con inclinaciones que no se puede calificar de fascistas porque les resulta irritativo, pero sí de un anticomunismo visceral, sin apoyo y novicios como para ser incapaces de asaltar un maxiquiosco atendido por un ciego.
En un país donde la mayoría de los intelectuales, contrario sensu que resulta por lo general muy difícil ser intelectual y ser oficialista de cualquier signo, la gran mayoría ni siquiera alcanza el rango de contestario y forman parte del stablishment por el lado de la quejita y la buena vida, la insostenible quimera de la consigna Perón, Evita, la Patria Socialista, por la cual fueron desaparecidos alrededor de 22 mil jóvenes oficialmente, más los 9,6 mil que reconoció Viola en un informe desde el Comando en Jefe del Ejército bajo el rubro caídos en combate, lo que hizo decir a una de las varias asquerosidades idolatrizadas que luce el país lo de treinta lucas de muertos, ahora va a proceder a otro muy seguro ajusticiamiento sumario de Aramburu sacarilizando otra vez por las dudas, no sea cosa que resucite, la versión oficial del Comandante Pepe, cuasi milagrosamente el único sobreviviente del octeto original, y La Gaby.
En su momento tanto el capitán Aldo Molinari, de la Armada, gorilón confeso y a la luz del día, como su escudero, el nunca bien ponderado Capitán Gandhi, clamaron a los cielos que la muerte de su amigo jamás había estado en manos de peronistas y no tuvieron reparos en señalar con el dedo a la parte del generalato en el poder que encabezaban Onganía e Imaz. En 1972, en una ocasional y regada reunión en el departamento del periodista Carlos Ossa, en la Alameda Bernardo O'Higgins, justo frente al Cerro Santa Lucía, donde estaba también el poeta chileno Enrique Lihn, otro trasandino más y cuatro argentinos, todos vivos, uno de ellos exiliado por monto, la hermana desaparecida y asesinada por el mismo motivo, muy cercana a la Arrostito, el pisco con Coca Cola hizo que en un momento no premeditado se dejara escuchar una versión curiosamente más similar a la Molinari-Gandhi que a la que poco después pretendieran inmortalizar los popes oficiales de La Orga.
Siempre todas las dudas giraron en torno a cómo se había podido sacar a un general de la república, para colmo ex presidente provisional, igual que si llevaran a una criatura al prescolar, previo paso por el quiosco a comprar galletitas Manón. Ni hablar del presunto fusilamiento 48 horas después. Queda todavía como un exceso que el descubrimiento de toda la trama sucediera a los pocos días del golpe dado por el liberal Lanusse y que implantó en la Casa Rosada al desconocido Levingstone. El River-Boca de los Bichos Verdes, entre liberales y nacionalistas, no quedaba al descubierto porque nunca estuvo oculto.
Más entretelones, algunos indigestos, fueron puestos a flote por Juan Carlos Alonso en ¿Quién mató a Aramburu? (Sudamericana, 2005). La soledad sobreviviente del Comandante Pepe se agiganta. Porque también fueron dados turbiamente de baja el peón rural que cayó por Timote a las 3 de la tarde de aquel 29 de mayo a cobrarle a Ramus, el dueño, unas monedas que le debía de un trabajo, y el capataz de la estancia, hombre un tanto afecto al alcohol y otras debilididades típìcas, que también esa tarde fue conversado por el patroncito en un boliche del pueblo para que ni apareciera por el campo. El peón declaró bajó juramente que a pesar de estarse en un fines de mayo medio frión, a cielo abierto y pampa rasa, Firmenich lucía con el torso desnudo, traspirado, manchado de tierra, con toda la sensación de haber estado cavando un pozo. ¿A tan pocas horas y ya la pena sumaria había sido llevada a cabo? A pesar de lo poco que tuvieron la prudencia de mostrar, en el dichoso sótano no había lugar ni para una cabina telefónica y a casi un mes del dichoso fusilamiento otro comunicado oficial de los secuestradores, para nada curiosamente no divulgado como se debe, aceptaban que dadas las condiciones y etcétera, lo que se dice fusilamiento, fusilamiento, con todo el ritual castrense, no había sido. Así y todo, impetérritos, el Pepe y la Gaby, dos años después, se despacharon con la versión hasta hoy reinante y que amenaza fosilizarse como verdad histórica.
Tampoco quedaron dudas que Ramus compró esa misma tarde las bolsas de cal y las cargó en la camioneta. Alonso introduce la versión de la llegada de un helicóptero trayendo en su habitáculo a un Aramburu ya muerto y a la Arrostito. Habría otros testimonios que corroboran la tan difícil presencia de semejante artefacto. Por su parte, el hidróxido de calcio tiene la cualidad de deshidratar los tejidos vivos. Dicho en buen romance y tratando de ser lo menos asqueroso posible, el elemento ideal para desfigurar la antigüedad y el calibre de las armas (¿una? ¿dos?) que se usaron para quitarle la vida a quien le pusiera la luz verde al tour trasatlantico del cadáver embalsamado de Eva Perón. El cuerpo que fue hallado unos 40 días después, estaba semitenterrado, como vestido a las apuradas y los famosos cordones de los zapatos desatados.
Las aguas se dividen sin ningún nuevo Moisés que las pase caminando para arriba en la causa de muerte: si las balas de Abal Medina o una crisis cardíaca que impensadamente habría acelerado todo. Si el patatús sobrevino arriba del famoso Peugeot blanco, en el casco de Timote o arriba de una camilla del Hospital Militar Central. Si los encargados de balear un ya cadáver fueron los lonardistas conjurados en una logia o Abal Medina & Co. porque una autopsia que nunca se dio a conocer, en el borroneo operado por lo abrasivo de la cal, no permite justamente precisar la distancia de los impactos pero hace sospechar el uso de dos armas de guerra y de puño, pero distinto calibre.
Estas consideraciones tecnocráticas, que ya han merecido una novelización y el rodaje de una pelìcula están bastante lejos de ser meramente tal cosa. Hacen al fondo no sólo del adosamiento al peronismo de los jóvenes ultracatólicos como al del general Juan José Valle y las otras víctimas del alzamiento de 1956, que fueron fusiladas (es una manera de decir) por orden de Aramburu, como también al de Rodolfo Walsh y tantos otros, todos provenientes del nacionalismo, algunos hasta con falta de ortografía, y de cuyas dudas metafícas acerca del mutante y resbaloso Líder, sólo siempre igual a sí mismo. En el medio, con el Pepe ahora apoltronado académicamente en Barcelona, aparece nada menos que Rodolfo Galimberti, con pasaporte de la SIDE, llevándole oficialmente al General la versión oficial de los hechos, la famosa atada de zapatos y el postrer "proceda nomás", que lo había llevado al cariñoso dueño de los caniches al brutal comentario sobre "qué voz potente la de este Aramburu, decir algo así con la boca tapada", porque le habían sido quitada las prótesis dentales, rellenado la cavidad bucal con gasas y todo fijado con cinta adhesiva.
Alonso pivotea sobre el anonimato de una fuente militar, integrante de la logia conjurada y ajusticiadora, porque Lonardi y Aramburu habían sido hasta compañeros de banco en el Colegio Militar, lo mismo que Valle, y ya que la cardiología les habría jugado una mala pasada el baleo del cadáver habría tenido lugar en dependencias del Hospital Militar de la avenida Las Heras. Detalle más, detalle menos, con o sin logias operando, fue lo sostenido siempre por el dúo Molinari-Ghandi. El monto desencantado ya en el 72, en un 6º piso frente al santiaguino cerro de los diarios cañonazos para anunciar cada nuevo día, que no ahorraba epítetos para la conducción, en cambio, hablaba de más de una descompensación durante los dichosos interrogatorios y que el baleo ni siquiera había tenido lugar en el sótano, sino semanas después, cuando efectivos de la Federal que ya no respondían a Imaz hicieron el descubrimiento de lo que supieron siempre. La acción de la cal, en un pozo hecho a las apuradas y con un cuerpo no cubierto totalmente por el elemento abrasivo, habría sido el inconveniente para precisar los calibres y más o menos el tiempo de producidos. Acá no cabe el helicóptero introducido por Alonso. Como la gorda con el corsé: siempre queda un rollito afuera...
En cuanto a la novela Timote, de Juan Pablo Feinman, éxito arrasador en la actual Feria del Libro, con las licencias que permite la imaginería literaria sancochada con presunta historiografía, en lo fundamental se ciñe a la versión de El Descamisado. El largo metraje Secuestro y muerte, del veterano Rafael Filipelli, hombre de la FUC que fundara el radical Manuel Antín, tiene su punto de partida en un capítulo dedicado al tema en un libro de Beatriz Sarlo, su mujer. En la versión final del guión y del rodaje y la edición, según confesó, de la letra impresa del original sobrevivió bastante poco. Sí que su interés se focaliza en los cuatro días de encierro entre los jóvenes debutantes como guerrilleros, aspirantes a un puestito en el multitudinario peronismo para heredar al Viejo, y el veterano general gorila, con facturas impagas como legalizar la pena de muerte y fusilar con retroactividad. Sea como sea, salvo matar el tiempo leyendo o yendo al cine, un mínimo de testimonio y de rescate histórico debe darse por descartado de plano.
Esto no es obstáculo para encontrar, no sin un dejo estremecedor, que la que va a quedar instaurada como ejecución sumaria/homicidio resulta totalmente funcional a tirios y troyanos. Por más debutantes que hayan sido, planificar el secuestro de un hombre como Aramburu, para tenerlo prisionero, juzgarlo e interrogarlo con una pena de muerte que ya estaba puesta de antemano, y ni siquiera llevar un grabador Geloso de los de entonces suena a más que error de principiantes incautos que después quieren trazar la plaza propia y erigirse su propio monumento.
La versión de aquella noche en la Alameda Bernardo O'Higgins, en pleno camino chileno al socialismo encabezado por Salvador Allende, que violentando tratados internacionales, compromisos y arriesgando casi de manera suicida lo que ya estaba haciendo agua, El Chicho les sacó las papas del fuego a los que alcanzaron a fugarse de Trelew, entre los que estaba más de uno del caso Aramburu, explicó que la versión de su hermana desaparecida y asesinada había dado cuenta que el octeto muy joven había sido sin dudar una Formación Especial del general Imaz, el que quiere recordar a cargo de otras Formaciones Especiales de la Bonaerense que se estaba entrenando para Maldita y cobrar los diezmos de Socios Gratis del Capitalismo, y que cuando salieron del cerco perimetral capitalino gracias a la molicie de la Policía Federal, al hacer una posta en una localidad de Tres de Febrero y el teléfono de la Casa Rosada o no contestaba o la persona que atendía les decía que el querían hablar ellos no estaba y no se sabía a qué hora volvía, se dieron cuenta que los habían usado como profilácticos, que estaban solos y a Timote los boletos. ¿Es la verdad? En todo caso, concuerda mucho más con el lógico acaecer de los hechos humanos, como alguna vez se le escapó a un camarista en la sentencia de un juicio oral.
La ocasional concordancia de Feinman y Filipelli, desde diferentes lenguajes y ángulos bien diferenciados, a 38 años de sucedido todo, diluye casi de manera irremisible que sea como haya sido fue el acto fundante para que una alucinada concatenación de hechos llevara a una cadena de cintas grabadas con instrucciones a la Juventud Maravillosa y la Formaciones Especiales para una larga guerra de libertación y a una generación de uniformados a masacrar a una generación de jóvenes, que el puñado de ultracatólicos nacionalistas terminaran en una burda, casi grotesca conversión al marxismo leninismo, y que Rodolfo Galimberti, de emisario montonero y delegado de Perón usando pasaportes confeccionados por la SIDE de entonces terminara como guardaespaldas de sus antiguos secuestrados, a 200 kms/hora en una Harley Davinson por la Panamericana, compartiendo el vicio del vérgito y las melenas al viento con un juez federal, y trabajando para la CIA. Semejantes transfuguismos y conversiones siempre dejan la duda si la impostura está ya en los orígenes o en supuestos resfalones intermedios y/o finales. Sin embargo, todo parece indicar que siempre. El Viejo los echó de la Plaza el 1º de mayo de 1974 y los mecanismos de negación blindados del imaginario colectivo argentino sólo recuerda lo de imberbes. Volver a escuchar la pieza oratoria completa sigue siendo escalofriante. La acusación central era de que se trataba de agentes infiltrados del imperialismo, cuñas del mismo palo, por lo tanto los más peligrosos, empecinados en destruir a la columna vertebral del movimiento, como eran los chicos de la CGT, suena a pena de muerte, se quiera o no, le guste a quien le disguste. El decreto de exterminio que va a firmar unos pocos meses después el constitucionalista Italo Luder, ejerciendo la presidencia en reemplazo de la bailadora flamenca y alternadora que sigue respondiendo al alias espiritista de Isabelita, abriría de par en par los portones a los 12 mil efectivos sabiamente entrenados durante más de una década, sobre todo por expertos que habían probado las metodologías empleadas en una guerra de liberación, sí, pero contra ella, bajo las órdenes del Pentágono, justamente en Vietnam.