1.8.05

¿SOMOS TODOS IGUALES?

Por supuesto. Sólo que algunos más iguales que otros. Los apaleados transeúntes de Buenos Aires, los crispados conductores de vehículos particulares y de transporte colectivo, ya trizados por cortes, marchas, tiroteos, persecuciones, manifestaciones, protestas, obras de reparación y algunas cosas más, en la casi tardecita del pasado jueves 28 de julio, frente al Congreso, lugar ya elegido por carpas, jubilados, deudos de víctimas de la represión supuestamente legal y demás, se vieron obligados a parar y abrir cancha.

Desde el cielo, con la delicadeza que caracteriza a estos pajarracos tecnológicos, hizo su aparición un helicóptero para posarse lo más chotamente en el medio de la avenida Entre Ríos, con el ventilador prendido, el panico de las palomas y una polvareda y un revoleo de papeles de aquellos. El motivo era que un efectivo de la Policía Federal, de civil, que transitaba por el lugar por motivos que hacen a la vida de cualquier ciudadano, había sufrido una grave indisposición cardíaca y nada mejor en estos casos que semejante despelote para actuar con celeridad, nada del Sanatorio Mitre o el Osplad, que están a un paso de distancia y de un traslado hasta a pulso.

Aterrizaron, lo cargaron rápido y se fueron, ante los ojos siempre azorados y con el tiempo suficiente de tardanza para que llegaron los cronistas gráficos de la prensa y la tele.

Es sabido desde siempre que cuando hay despiporres de cualquier tipo y caen heridos de cualquier gravedad uniformados y civiles rasos, sean o no presuntos delincuentes, las ambulancias hospitalarias, públicas o privadas, cargan primero, por una orden que no se sabe dónde está escrita y si está escrita, primero a los policías, los civiles que esperen su turno.

La del helicóptero, dejando de lado la graciosa polución sonora y de gases con que colaboró fue una medida nueva que colma el tratamiento de un sector de la sociedad que cumple con tareas riesgosas y en beneficio para los demás, aunque no siempre, pero donde ciertos tratamientos deferencias, para no llamarlos privilegios, porque alguno podría sentirse tocado, ya están esgunfiando un poquito y sería hora que los que cobran un sueldo para manera la res pública lo más parecido posible a la democracia demuestren que no están afanando la guita.