1.8.05

MONO CON BOTAS GRABA COMO LOS DIOSES

Otra del frondoso anecdotario de los Estudios ION, por donde ha desfilado cuanto artista argentino haya habido y quede en este último medio siglo, proviene de cuando, para terror de todos, tenía que grabar el genial Enrique El Mono Villegas (Buenos Aires, agosto 1913-julio 1986), pianista de pianistas si los ha habido, pero más loco que una cabra, ingenioso, carente de frenos inhibitorios e imprevisible porque hacía lo que se le venía en gana y no le imporaba el entorno ni los entorchados.

Lo que los hacía sudar tinta a los que estaban manejando los controles en la jaula de vidrio era la costumbre que tenía, al tocar, no de marcar el ritmo con los pies, sino de cagar directamente a patadas el suelo, fuera éste de asfalto, baldozas, madera, linoleum o lo que le pusieran.

-¡Pará, Mono! -le gritaban por los parlantes del circuito interior-. Parecés una sesión de malambo o una chacarera con Los Chalchaleros. Así no se puede grabar.

-Me importa un carajo -era lo más cariñoso de las respuestas-. Yo, sin patear, no puedo tocar, que es lo más importante, y si no les gusta me voy, me importa un carajo porque son ustedes los que me quieren dejar grabado.

Y no había caso. Hasta que un día, a uno, que parece que era bastante habitué a las películas del Far West de entonces, se le ocurrió ir a los depósitos y venir con unas colchas y cortinas, con las cuales procedían a envolverle los pies y las piernas, para luego fijar todo con alambre, como hacían los cowboys en esas películas con los cascos de los caballos para hacerlos ingresar subrepticiamente en pisos que hacían ruido y pasar desapercibidos, en la deliciosa y fantástica ficción, para delicia del piberío de la platea y mayor adoración e identificación con El Muchachito.

-Ahora dale todo lo que quieras, Mono -le decían-. Cagá a patadas a las paredes, y si querés, dale también al piano de cola.

-Se pueden ir todos a la mismísima mierda -era la despedida antes que cerraran la puerta hermética, con protección acústica y a prueba de balas.

Así se lograron todas las grabaciones del genio.

Zapateando como si estuviera dándole al exterminio de un hormiguero de gliptodontes pichones. Pero con los dos pies acolchados bajo el conocido método del Artgentinean Way of Life, él le daba durísimo al piso alfombrado, pero los patadones no se registraban.

Sólo la maravilla de sus manos maravillosas sobre el teclado.