15.6.08

6 a 1

El Tarzán está preguntando en checo a los fotógrafos por dónde mierda pasó, pero ya un compañero lo va a asistir para buscarla en el fondo de los piolines por sexta vez. El había ido las otras cinco y el ego argentino quedó todo magullado, un estropicio, aceite de ricino para los mejores del mundo.

"YO VENGO DE UN PAIS/ QUE ESTA DE OLVIDO,/ SIEMPRE GRIS"
(Cátulo Castillo)
En un país que todos los días nace ayer, para colmo Borges se le ocurrió decir que «las fechas son para el olvido pero que fijan a los hombres en el tiempo». Y hoy, que se festeja el Día del Padre, hace justo medio siglo que en la ignota (para nosotros) ciudad sueca de Halsingborg unos insolentes checoslovacos, para colmo comunistas y muertos de hambre, clausurados el pensamiento y la libertad de expresión, tal como preconizaban los cánones de la Santa Guerra Fría del occidente cristiano al que merecidamente pertenecíamos, nos obsequiaban media docena de goles en la primera ronda del Mundial de Suecia 1958 y nos condenaban a hacer las valijas antes de tiempo, a abandonar las comodidades del ex loquero acondicionado para alojar a una delegación con inmerecida fama de díscola, antideportiva e indisciplinada y en Ezeiza, cuando el ignominioso regreso, tener que aguantarse puteadas y monedazos porque habían salido invencibles, campeones morales sin jugar y volvían con la bodega del avión lleno de goles.

No hay caso con la ignorancia y la falta de respeto. Los animales de los checos ni se dieron por enterados que debajo de los tres palos estaba el gran Amadeo Carrizo, (a) Tarzán, que adelante estaba, con la Nº 2, el gran Pedro Dellacha, (a) Don Pedro del Area, y que para completar le habíamos puestos cracks de segunda como Angelito Labruna, el Beto Menéndez, el Patón Rossi, el Chueco Avio. No hubo nada que hacer. Se vio claramente que había sido orden del Partido. Una siniestra conjura del inmundo trapo rojo que jamás iba a reemplazar a la gloriosa celeste y blanca, todavía no atada al carro de ningún vencedor.

Los que tienen edad y memoria, gravísimos y mortales defectos en un país como la Argentina, que todos los días nace ayer, el remezón si no fue mayor resulta tranquilamente comparable a la rendición en Malvinas. No se podía creer. Un año antes, en Lima, los Carasucias habían basureado a todo lo que se le puso adelante. A Brasil se le ganó 3 a 1 porque se le jugó a media máquina y ellos, en el banco, tuvieron que dejar sin debutar a un negrito flacuchento, con cara de hambre secular, que se llamaba Edson Arantes Do Nascimento, al que le decían Pelé como le podrían haber dicho Cacho, pero le decían Pelé y a partir del año siguiente toda la humanidad se iba a enterar cómo le decían y les importaba un carajo el nombre real del negro miserable nacido en una favela todavía más misérrima.

Nadie lo podía creer. Media docena de pepas es mucho hasta en un Soltero contra Casados. Y en un Mundial donde éramos fija, ni hablar. Para guardar lo mejor de las tradiciones, dirigentes, hinchas, periodistas, diareros, taxistas, todos, se pusieron a vociferar lo que cornudamente se habían callado la boca hasta cinco minutos antes de los tres pitazos finales. Para hablar de detalles, después del sudamericano de Perú, ganado por afano, la AFA se había comprometido a que bajo ningún punto de vista vender a Humberto El Bocha Maschio, Antonio Valentín Angelillo y ni hablar de Omar El Cabezón Sívori. Para que todo el mundo desde hace ya medio siglo se enterara que somos gentes de palabra no se habían terminado de sacar los botines e ir a las duchas, que los tres se vistieron para ir a la Juventus, el Inter y la Roma. La guita es la guita y la Argentina es un país donde si sobra palabra empeñada, de jugadores insuperables a rolete mejor no gastar saliva al cuete. Cinco años antes les habíamos dado a los ingleses un zaino a rolete, en el Monumental, con un tercer gol de Ernesto Grillo que no estaba TyC Sports y toda la parafernalia electrónica, tres veces mamado el arquero inglés en cuatro patas en el área chica, porque en ese caso otro gol famoso a ese mismo equipo quizá se tendría que haber puesto en la cola.

Cinco años, nada más.

Eramos el mejor fútbol del mundo.

No habíamos jugado contra nadie, es cierto, pero no es cuestión de entrar en los detalles.

Y de 7 llevábamos, junto a Garrincha, al otro mejor wing derecho del mundo: Oreste (sin ese) Omar Corbatta, que una noche en la Bombonera, con ese mismo equipo, se había mamado a nueve peruanos, a uno lo hizo pasar de largo tres veces antes de convertir. Un lujo, el Loco. Lo más grande que había. Y los checos, por el asunto de la censura comunista, no estaban enterados y no le dejaron tocar ni una bocha.

Fue una falta de respeto y una palmaria muestra de la superioridad intelectual, tecnológica y moral del sistema capitalista, occidental y cristiano por la gracia de Dios.

Tiempo después del dichoso Mundial 78 tuve ocasión de conocerlo personalmente al Loco Corbatta. Fue en un bolichón de la avenida Belgrano, en Avellaneda, frente al Hospital Fiorito, donde ya había estado internado. Ahí era seguro encontrarlo porque desde temprano empezaba a llenar el tanque con semillón y había sido público hasta la consternación cuando unos pibes de las inferiores de San Telmo, que habían ido al Doble Cilindro a jugar una fecha oficial, en el vestuario visitante, sobre la camilla de masajes, sin siquiera una cobijita, lo habían encontrado durmiendo porque estaba en la vía y la Tita, la famosa canchera de La Academia, que lo adoraba, por lo menos le había dado techo y un lugar donde tirar la osamenta cuando al sol, todos los días, se le da por apagar la luz.

Ya tenía las piernas, las gloriosas y superdotadas piernas, sobre todo la derecha, a la miseria. Si mal no recuerdo era flebitis o alguna otra complicación cardiovascular por el estilo, sin contar los camiones cisterna de quebrachón con el más puro tanino que se había estibado. Estuvieron a punto de amputarlo y poco después moriría, precisamente allí enfrente, en una sala del Fiorito, lleno de nostalgias, palmaditas, recuerdos, alabanzas y ni un mango para un sánguche. El diario para el que trabajaba corrió con la cuenta de los semillones mutuos y las picadas, El Loco embalado contando todo de fútbol.

To-do.

Mentiras, verdades, globos, contradicciones, lo que sea.

To-do.

Sin siquiera mosquearse me contó que la noche, no el día, bueno cuando fue lo de Checoslovaquia en un país de noches largas y mujeres blancas de tan rubias y cariñosas, él se había acostado a las 02:30 hora local. El utilero se había olvidado de poner la disciplina junto con las medias, los botines y el árnica. Fue un puterío. Para mejor desmadrados en un momento en que la frigidez victoriana había levantado a las suecas como el paradigma de las mujeres liberales, cojedoras con cualquiera, ardientes e incontenibles con los latin lovers, a revolear los calzoncillos, chicos, que la vida es corta.

El retorno fue amargo. El Tarzán Carrizo todavía se recuerda de cómo le dejaron el balero a monedazos, con unas de 50 centavos nuevas que habían salido y que les decían las chanchitas y que dolían como la puta. No estaban las almas alquiladas como ahora, pero alguien se encargó de chartear camiones y algún micro, llenarlos de entusiasmo para la recepción correspondiente y a la delegación de puteadas, algún sopapo y patadas varias.

Fue demasiado espontáneo para ser espontáneo.

En el gobierno estaba el ahora resucitado Arturo Frondizi, con los votos prestados de Perón, genial estadista incomprendido, que fue una lástima que no hubiera aplicado ni el 10% de lo que sabía y no terminar como terminó, entre otras cosas cuando le asesinaban a familiares de su misma sangre y el derramaba elogios a la tarea depuradora del Proceso. Sin contar que unos meses antes de Suecia, en el balcón del General, había salido a saludar a los uniformados nenes de las escuelas privadas cuando regaló la facultad de dar títulos universitarios a cualquier quiosquito sin antecedentes. Hasta su hermano Risieri, rector de la UBA por el voto de los tres claustros, estuvo en contra. En cambio, al lado suyo, en el balcón, aquel día, lo flanquearon El Bisonte Alende, gobernador de Buenos Aires, y monseñor Antonio Plaza, quien en 1978, en un acto especial recordó la palabra fiel del incomprendido estadista en cuanto a entregar ese patrimonio fundamental de toda nación como es decidir quién está capacitado para ser médico, ingeniero, abogado, veterinario, y no vender los diplomas al mejor postor, cumpliendo fiel de palabra a lo único que cumplió: el compromiso con la curia de entregarles lo que faltaba del control de la educación, como es la emisión de títulos habilitantes.

La alusión no solamente es obvia porque desde 1930 el fútbol era abiertamente una cuestión de Estado y la AFA un ministerio sin cartera, sino que al frente se encontraba Raúl H. Colombo, correligionario del Flaco que había dividido la UCR, escrito un libro contra le entrega del petróleo por parte de Perón y lo primero que hizo cuando subió fue entregarlo él. Colombo era presidente del Club Almagro, prestigiosa institución de Medrano y Díaz Velez, con unas prósperas mesas de póker en el último piso y una canchita en José Ingenieros. Curtía la profesión de celador de un colegio secundario estatal de la zona, y siguiendo la tradición de Facundo y después dándole el ejemplo a López Rega, sin título habilitante subió directamente a rector sin hacer estación. ¿O no era amigo y punto del presidente?

Los clamores, llantos y todo tipo de epítetos como secuela del lacerante 6 a 1 se hicieron escuchar varios meses. Adelatándose a la tristeza otra vez generalizada del 20 de diciembre del 2001, un solo grito ganó corazones y gargantas: “¡Que se vayan todos, ladrones hijos de puta!” Claro, también adelantándose a las épocas, no se fue ni el portero de la AFA, ni la Gorda Matosas que vendió ilegalmente billetes de lotería en el pasillo de entrada. Se quedaron todos y afanaron más.

Entre el circo vergonzante de aquellos días se destacó una asamblea general de la AFA para pedirle a Colombo & Co. que rindiera cuenta de la caja chica porque sobraban mercaderías de contrabando y faltaba efectivo, cuando en lo mejor, justo que venía la votación decisiva y la más que decisiva patada en el orto, alguien llamó a un cuarto intermedio, salieron y es el día de hoy que la asamblea no se reanudó. Si alguno cree que legalmente eso nulifica todo lo actuado después, hasta el día de la fecha, que vaya y consulte a algún constitucionalista, a Aguilar, a Macri, a Miele, los hijos de Hugo Moyano que le administran el fútbol a Independiente.

Fue así. Sucedió así. La Argentina fue, es y será así.

Pero la anécdota deportiva, futbolera, de las seis pepas, son apenas la nube de humo de lo que realmente pasó. HAY UN FUTBOL ARGENTINO ANTES DE SUECIA Y OTRO DESPUES. HAY UNA TRANSFORMACION SOCIOPOLITICA QUE SE ADELANTA TREINTA AÑOS A LO QUE LE VA A SUCEDER AL PAIS. Dos peronistas de ley, como Alberto Jacinto Armando, concesionario de la Ford y limpiamente, por licitación, proveedor de móviles a la Policía Federal, del brazo con Antonio Vespucio Liberti, hijo del genovés masón fundador de River, fabricante de naranjín y soda en la Boca, más siempre distribuir de la Quilmes, a tal punto que tenía un desvío especial del tranvía Retiro-La Rambla, después gracias al fútbol distribuidor exclusivo en el país de Coca-Cola, decidieron poner cartas en el asunto y ni yanquis ni marxistas implantaron en el más popular de los deportes lo que el ministro de Economía de entonces, el capitán (R) ingeniero Alvaro Alsogaray, ex gerente de Aerolíneas Argentinas cuando el Tirano Prófugo estaba en el poder, ya pregonaba como la economía social de mercado.

Para decirlo académicamente, se acabó la joda. El recién fallecido Bernardo Neudstad, otro ex peronista neoliberal de la primera hora, los ingresó al elenco estable de su programa televisivo Tiempo Nuevo. A partir de 1959, por un tiempito, se llamaría Fútbol Empresa y después, ya sí, sin tapujos, Fútbol Espectáculo.

La nueva fase del capitalismo había llegado al fútbol como la parte más importante de la Industria del Ocio. Se acabaron los campeonatos morales, la pisada de la pelotita, la camiseta afuera de los pantalones, las melenas y salir del túnel eructando los ravioles de la vieja para jugar el partido. Seis de los siete días de la semana había que dedicarlos a lo que ya Alfredo Destéfano llamaba La Fábrica. El modelo elegido, contra algunos vagiditos de otros peronistas ya neoliberales, como el caso de Armando Ramos Ruiz, partidario del más vanguardista sistema italiano de Sociedades Anónimas derecho viejo, la dupla Armando/Liberti se copiaron del modelo del franquista Santiago Bernabeu y su racha con la Eurocopa y aquel famoso equipo merengue que contaba con desertores del oprobio comunista, como el genial Puskas y el no menos efectivo Kubala.

Los lúdico y azaroso de lo deportivo puede ser industrializado, controlable. Entre otras cosas, la corrupción y la violencia, que pululaban. Por eso, de arriba para abajo, lo que ya se conocían como barras fuertes devinieron en estructuradas, profesionales y militarizadas barras bravas. El domingo 19 de octubre de ese mismo 1958, Día de la Madre, para más datos filiales, recién acallados los despelotes estudiantiles defendiendo la escuela de Sarmiento y la Reforma Universitaria, en un Velez-River jugado en Liniers, una granada de gases arrojada con la escopeta correspondiente le partió la calota craneana y hubo fatal derrame de masa encefálica. El chico Mario Alberto Linker, de 19 años, tuvo el tristísimo honor de inaugurar la lista que ya lleva cerca de 300 de la violencia futbolera institucionalizada. El fotógrafo que alcanzó a sacar la instantánea del oficial que hizo el disparo falta recibió como en día de fiesta y le rompieron la máquina y le velaron el rollo. El jefe de la mejor del mundo era un marino retirado y primero dijeron que Linker se había dado con la nuca en el filo del escalón de hormigón, después que otro hincha de River le había partido el zapallo con uno de los envases de las botellitas de vidrio de Coca-Cola que todavía se vendían en las tribunas. Los médicos de guardia del hospital Santojani no se movieron un paso: la lesión de 6 cm. de largo obedecía a un objeto romo, con gran poder de impacto para producir semejante lesión, ellos columbraban que muy posiblemente una granada de gas lacrimógeno arrojada con una escopeta, y no firmaron otra cosa. La medicina no tiene camiseta ni vota.

Había comenzado un nuevo fútbol argentino. Habían pasado apenas cuatro meses de la conmoción por la goleada de los infames comunistas muertos de hombre. Para qué tomarse el trabajo de considerar al fulbo como el fenómeno cultura de masas más importante del capitalismo y, en tanto juego todavía, el más formidable formador de identidades sociales. Por eso, en un país futbolero, sí, pero que todos los días nace ayer, hoy nadie se acordó. Esta noche juega la selección en el Monumental y the show must beguin. [Amílcar Romero]