19.6.08

NO FUE NAPOLES, PERO...

E El joven tucumano peronista, con el cráneo destrozado, ya ha sido cargado en la ambulancia del SAME y lo van a llevar en un santiamén al Argerich. Pura rutina. No había nada que hacer.

VENIR, MIRAR AUNQUE SEA UN POQUITO Y MORIR


Una de las formas más humillantes, aberrantes y asquerosas de la vida moderna, encima tildada de democrática, es el clientelismo político, una actividad subcapitalista o paracapitalista que tiene plena vigencia y que permite armar actos multitudinarios para cualquier cosa. La desvergüenza del líder que cree que lo aplauden o le agitan cartelitos por su carisma no es materia de preocupación de esta notícula. Es más bien tristeza y vergüenza ajena.

En medio de un acto y una alocución más en este sin ton ni son que se ha dado en llamar, desde el 11 de marzo último, El Gobierno vs. El Campo, el PJ en el que se encaramó el marido volvió a organizar un acto partidario para que sorpresivamente hable ella, su esposa, la doctora Cristina Fernández, a la sazón presidenta de la república, y por cadena nacional. Y hay que tratar de llenarle la plaza aunque fuera un día laborable convertido en no laborable sin decretos ni resoluciones para que después no haya quilombos leguleyos.

Para esto, para conseguir grupís sociales a rolete y armar multitudes de papel maché, hay montada una organización muy fuerte, sobre todo en el GBA, pero también en las provincias, consistente en una especie de delivery en el que se llama y se pide mandame 100 negros más o menos jóvenes o necesito 50 viejas no muy zaparrastrosas y también che, no menos de 80 gorilas dispuestos a todo porque hay que copar una asamblea y puede haber goma, terminarse en un hospital o hasta en la heladera del depósito de cadáveres del hospital más cercano.

Del tipo de merca dependen los precios. Se tienen flotas de ómnibus en pésimo estado y servicio de catering. El fenómeno está muy bien analizado y detallado en el libro El entorno, de Daniel Otero, aparecido con motivo del lanzamiento de Eduardo Duhalde en la cancha de Racing, en Avellaneda, montado sobre el aparato de Las Manzaneras, un reciclamiento de la organización barrial cubana de base, pero adaptado al peronismo vernáculo y con fines un tanto sesgados respectos al original.

Carlos Marriera tenía 21 años, era de Lules, cerca de la capital tucumana, peronista e hijos de peronista. Aclarar que era tucumano, de esa zona y que no vivía en la holganza es un poco ocioso, pero era pobre, no tenía trabajo y su comprovinciano historiador Juan García Hamilton dijo en la tevé que conocía incluso a la familia, el padre funcionario municipal ya se puede sospechar de qué categoría, la madre cocinera en un comedor infantil popular y la alternativa de engancharse con un puntero, con otros 200 comprovincianos como él, por los 100 pesos, los 2 sánguches y la Coca, más encima conocer Buenos Aires, a la que conocía por la tele, gritar por la Cristina en un momento en que la cosa está que arde, no era un proyecto para nada delirante.

Aparte hay que tomar una serie de detalles en cuenta que no aparecieron. En esas catraminas o en otras mejores, de línea, pagadas, el viaje anda arriba de las 20 horas, un día entre pitos y flautas, un rato en Buenos Aires, como al final sucedió, y el regreso, si hubiera sido normal, se hubieran pasado tres días divirtiéndose, haciendo algo, no como en Lules, que se la pasaba jugando a las ratitas: a ver si pasa el rato...

Era un contingente de 200 ciudadanos jóvenes. Eso solo, al terrateniente José Alperovich, actual gobernador del ex Jardín de la República, que ya tuvo la dicha de soportar a Domingo Bussi con y sin jinetas, más Palito Ortega y personajes vernáculos del calibre del Malevo Ferreyra, le significó al fisco una erogación de 20 mil pesos. A esto se debe agregar los cinco micros, a por lo menos 2 mil pesos cada uno, lo que hacen otros 10 mil. La viandita, un tanto en la línea Cormillot, como para no engordar ni empachar a nadie, sus diez pesos por diente los vale, algo que suma otros 2 mil pesitos. Digamos que en total, a ojo de buen cubero, sin entrar en la inflación, curros, sobreprecios, mordidas extras de los políticos, etc., suma un total de 32 mil morlacos de la moneda nacional, unos diez mil dólares de la vieja moneda. Todo esto para ponerle a la presidente un par de centenares de ululantes muchachos que, salvo este caso trágico, se tuvieron que comer 2.500 kilómetros y gastar bastante al pedo, sin entrar en otras consideraciones políticas, casi tres días de sus vidas en un país que no les ofrece mejores alternativas en que invertir el tiempo de la única vida que se tiene para gastar.

En el medio del lamentable aquellarre y peor espectáculo que está dando la Argentina con el quilombo de las retenciones móviles a la soja, el último vaso de quebracho no es el que produce la cirrosis hepática. De lejos, por cierto, los peronistas son los inventores de esta metodología de armar actos de masas clones, pero caer en la ingenuidad que son los únicos que necesitan claque para creer que arrastran gente, es algo más que ingenuidad. Tiene otro nombre. En la famosa proclamación del Tercer Movimiento Histórico, en Parque Norte, a cargo del entonces presidente Raúl Alfonsín, el palco principal estaba rodeado de lo más puro y granado de la barra brava de Unión de Santa Fe, con el Soga Negra Escalante al frente. Los colores de los tatengues son rojo y blanco. Calzaban justo con los de la Revolución del Parque. Y se vinieron por el choripán y el vaso de tinto. Y eran peronistas del SMATA, del Buscapié Cardozo, Dios lo tenga en la gloria, y no se habían vuelto radichetas de pronto. Lo que pasa que hay códigos de honor y vinieron porque se los pidió el Changui Cáceres, una figurita que estaba en ascenso, y de la época de la dictadura, al ser todos hinchas de Unión, se debían muchos favores mutuos, sobre todo las entradas gratis que le conseguían los radichas infiltrados en la Comisión Directiva, por lo que a la hora de hoy yo por vos, mañana vos por mí, muchachos necesitamos número en Parque Norte y los guachos cambiaron el casete de la marchita por adelante, radicales, el partido que se quiebra pero no se dobla y dale que va.

No andemos con formalismos de cuáqueros. Amigos son los amigos.

Marriera y sus cumpas llegaron de noche a la Reina del Plata. Estacionaron por Congreso y ya se mandaron tempranito y frión para el lado de la Plaza de Mayo. El proyecto de miniturismo le duró menos de seis horas. Como a eso de las 11 andaba boludeando cerca de la pirámide, estaba pasando por debajo de uno de los racimos de focos, bien al estilo francés, con el look de otra época y otros esplendores, cuando el viento hizo flamear demasiado a una de las pancartas atadas desde el día anterior porque actualmente los carteles valen más que las personas para que los jerarcas partidarios vieron quiénes estaban y quiénes no, la fuerza quebró el brazo, y uno de los brazos se quebró y la farola que dijeron algunos que anda por los 80 kgs. le dio de lleno al pobre Marriera, partiéndole la calota craneana.

Lo otro es crónica policial de la común y la berreta. Murió clínicamente en el Argerich, después la bolsa negra de plástico, en el piso del avión sanitario y devolución a Tucumán capital. Sus otros 199 cumpas sobrevivientes embolsaron el violín, al micro, a llorar un poco el desconsuelo del amigo muerto y tanta mala suerte, mierda de acto y tratar de disfrutar un poco, caminar, ver por lo menos el fulgor de la riqueza ajena, porque ser pobre no es mala suerte, es toda la mala suerte del mundo organizada para que lo disfruten unos pocos, y todavía vaya uno a saber si alcanzaron a agarrar la bolsita con los dos sánguches de mierda y la coca.

Sin sarcasmos ni ironías macabras baratas, un ejemplo claro de lo que es la épica posmoderna, neoliberal, la hermosa aventura de vivir en esta sociedad del desasosiego, donde encima los craneotecos se preguntan en paneles televisivos qué puede llevar a los chicos a pudrirse los pulmones aspirando bolsitas con el neoprén del pegamento sintético. Y Carlos Marriera, por la hora, ni alcanzó a ver la tumba de Mariano Moreno, imponente sí, pero a oscuras, el Monumento a los Dos Congresos, algo del Palacio Barolo y el amanecer atrás de la Rosada, pintada de ese color por un capricho del viejo Sarmiento.

De la Cristina, a la que había votado, nada. Sólo que ella compartió con gesto mustio el minuto de silencio pedido por los parlantes del acto. "Buenos Aires, ciudá gringa", supo espetarle don Ata en Las Coplas del Payador Perseguido.