Al gobierno se le volaron las gallinas. Ni contar los pescados ahogados en defensa propia ni las tortugas que se le rajaron. Tratar de explicar por qué le dieron el pasaporte y la luz verde para ir a Sudáfrica a un personaje como el tucumano Sergio Gustavo Roldán, (a) Flay, es más difícil que recular en chancleta. Discépolo ya lo llamó de vez para siempre atropellos a la razón. Cuando ya se creía que el bordoneo guitarrero de los radicales no podía tener superación histórica apareció el contador/abogado Aníbal Fernández: no le hace asco a nada, explica todo desde la nada. Lo que sucedió, simplemente, que un condenado a ocho años de prisión, gozando de libertad condicional, su abogado se tiró el lance leguleyo de pedirle al Tribunal un permiso especial para ausentarse unos 40 días a Africa y después volver al que era Jardín de la República. Si el trámite ya tenía el no desde el momento que pusieron el escrito en papel romaní en la mesa de entradas, después argumentaron que la Cámara no informó del rechazo a la Policía Federal y a Migraciones. ¿Cómo iban a adivinar, por amor de Dios, que el Flay tenía antecedentes? El interrogante está perversamente invertido: lo que tendría que haber informado la Cámara es si cambiaba sustancial e ilegalmente las condiciones de la libertad condicional y le daba el permiso. Por lo tanto, al obviamente no hacerlo, sobre el mencionado ciudadano seguían pesando las mismas restricciones. Salvo que por algún motivo que todos saben oídos y ojos atentos estuvieron al tanto del dichoso trámite y de la fisura salvadora que se podía abrir.
Desde el sobrenombre el Flay es todo un caso en la tierra del Malevo Ferreyra y el Changuito Cañero. Literalmente, a falta un tucuinglish que se desconoce, es desollador, pelador. Y si bien la condena fue por intento de homicidio en la persona de Carlos Argañaraz, a quien hirió de uno o varios disparos en una balacera como jefe de la Barra del Camión de San Martín de esa ciudad, dándose a plomo limpio, el 15 de setiembre del 2001 , tiro y tiro con los de la La Imbatible que representan al decano de Atlético y que han pasado a reeditar los legendarios encontronazos en los Alé y los Gardelitos de los ´80, en el encontronazo perdió la vida, también de un balazo, el preadolescente Luis Gerardo Caro, de apenas 13 años. No son pocos los que por malidencia, testimonios o lo que sea lo siguen mirando feo al Flay sobre este particular, adjudicándole también la autoría de esos disparos.
También, siempre al tenor de la prensa tucumana, de haber tenido la principal o alguna participación en el asesinato del preadolescente Adrián Roberto Brito, de 14 años, que en la noche del 13 de octubre del 2008 quedó en el medio de otra balacera de las buenas en los del Camión y la Imbatible, recibiendo un disparo mortal en el cuello sin comerla ni beberla porque iba a un cumpleaños de quince, sí, en el barrio Villa 9 de Julio, pero no alcanzó a llegar.
Como los incidentes dieron comienzo casi frente al domicilio del Cucaracha Roldán y hubo testigos que juraron ver policías entre los tirados, lo fueron a buscar al Sombra, otro hermano del Flay, al que la comisión de camaradas encontró en las dependencias que correspondían pero sin la pistola reglamentaria: se la habían robado recién, hacía un ratito, en un asalto de por ahí cerca.
Como siempre, en el país de mayor cantidad de dudas que respuestas, es por todos sabido que el condenado Sergio Gustavo Roldán, amén del misterio de su alias en inglés, violó la libertad condicional tras los colores de su amado San Martín cuantas veces quiso. Y que puntero del feudal gobernador José Jorge Alperovich, un radical convertido al kitchnerismo, disfrutando encima de un plan ARGENTINA TRABAJA, alguien la prometió la regalía de un week end en tierras de Nelson Mandela y ahora terminó otra vez en el penal de donde había logrado salir y donde lo esperan seis meses que le faltaban cumplir y un año y medio de todas las francachelas que se tomó, dos pibes muertos en el medio o, por lo menos, legalmente documentado, un intento de homicidio en medio de una batallita por la guerra de barras. La argucia leguleya luce tan torpe que en un país siempre con segundas y paranoias de todos los colores hasta puede lucir como una regia cama, alguna cuenta impaga o lo que sea. O, en el mejor de los casos, cuántos favores le debían al Flay para correr semejante riesgo político en alguien con semejante currícula. Por lo pronto, la máxima autoridad provincial tascó la cadena y le gritó "¡Y a mí qué mierda me importa!" a una impertinente periodista comprovinciana suya, empecinada en querer saber el pegote político en que lo había metido el affaire con el Flay.
Pensar que también era tucumano lo hombre que en los albores que acaban de cumplir dos siglos sentenció que la Argentina era una monarquía con una pátina republicana.