2.9.10

FALTA ENVIDO CON 33 MANO


LA MINA SAN JOSE ES UN CASO

Ahora que saben que sabemos que están vivos, ahora que saben que sus familias los esperan, y entienden que tendrán que soportar aún una larga espera, su ánimo no desmayará, seguirán resistiendo.De eso estoy seguro. Son 33, un número sagrado. Yo cuando era niño y vendía diarios por las calles -en uno de mis libros lo consigno-, solo vendía 33 diarios, con eso me alcanzaba para comer y nunca me quedaba con diarios que regresar. Treinta y tres era la edad de Cristo, y eso me daba suerte.Soy supersticioso igual que todos los mineros. El 33 es el número de la muerte y la resurrección.
HERNAN RIVERA LETELIER

Escritor chileno, premio Alfaguara de Novela 2010 con El arte de la resurrección. Durante 30 años trabajó en las minas de Atacama.
Se ha vuelto casi lugar común denominar a cualquier hecho o suceso como un caso. Con los tiempos que corren normalmente se alude a los policiales, que en realidad son criminales, ya que los uniformados forman parte del problema, no de la solución, y el ingrediente más atractivo suele ser la cantidad de víctimas, primero, después una para nada desdeñable cantidad de hemoglobina, una mecánica tenebrosa y personajes, mejor que mejor si están sospechados de autoría, que apunten para la cima de la sociedad. El entramado, por cierto, aunque sea ocioso aclararlo, tiene que ser tortuoso, confuso, con idas y venidas, encarajinado. La cereza del postre, si es la ideal, mejor: impune. O si llega a caer alguien y es imputado, todas las dudas. Un pobre peregil de cuarta al que lo hacen cargo para despegar al poderoso de turno.
Pero ocurre que no todos los casos son casos. Esta categoría la decide el colectivo imaginario. Y a poco de pensar alguno, cualquiera, no debe asombrar que hay casos que genéticamente son tal caso. Nacen casos. Los 33 de la mina San José, sin ir más lejos. ¿Cuántas tragedias mineras en Chile e incluso en esa misma mina y apenas si habían rozado el interés general? Esta arrancó al presidente del país de una reunión cumbre de traspaso de mando en Colombia, un socio ideológico en la actual partición de Sudamérica, lo remeció al país y sin exagerar se puede decir que a los minutos había ganado la consideración de buena parte del mundo.
Los seguidores de Freud argumentarán sin entusiasmo el retorno al útero del refugio a 688 mts. de profundidad, los cholulos de la tecnocracia el papel cumplido por la globalización de las comunicaciones y las hamburguesas de última honda que son las llamadas redes sociales y así de seguido surgirán cantidad de componentes más, que estuvieron, es cierto, pero también están en otros casos que no llegan jamás a la categoría de casos.
La primera característica de un caso es su excepcionalidad. Y nada que ver con la cantidad de actores, ya sea en el rubro víctimas o victimarios. Fundamentalmente porque pueden llegar a ser más pobres que las lauchas y no por eso pierden la condensación en lo emblemático del paisaje sociocultural en que sucede, del mapa social que dejan al descubierto. Después está que las líneas de fuga no dejan aspecto de la sociedad sin tocar y sin ensamblar. Como si fuera poco, que es lo fundamental, lo esencial, cuestionan a fondo el orden social en que suceden. También, con el cuestionamiento, lo dejan en cueros y a la luz del sol por más que haya sucedido a 700 metros bajo tierra.
A medida que fueron pasando las horas, los días, las pequeñas historias, hechos aparentemente intrascendentes iban conformando una base inamovible de lo que se está diciendo. Era excepcional lo ocurrido porque eran excepcionales los personajes de abajo y los de arriba. Como botón de muestra tenían un ex futbolista, que había llegado a jugar en la selección, y de ahí partían los cabos de la relación de la minería con el fútbol durante el pinochetismo, el invento de clubes sin sustento social y con un injerto de dinero de una dictadura que no escatimaba en fondos para conquistar alguna simpatía. De arriba aparecía un prototipo, casi un arquetipo de la nueva burguesía que permitió instalar el monetarismo aparentemente triunfante en Chile después del 11 de setiembre, un itinerante por varios países ocupando puestos centrales para terminarse afincando en la cúpula de una San José boqueante por una suma irrisoria, alrededor de un millón de dólares, si la memoria no falla, cuando ya llevaba casi un siglo, estaba exigua y el yupi que sabía tanto de minería como de capar monos. "Estamos cagados", dicen que dijo en la media tarde del jueves 5 de agosto. "Se derrumbó la mina y ahí abajo hay trentitrés viejos enterrados."
Más allá de los directa y naturalmente afligidos, como es la primera línea de familiares, la reacción social chilena, un país acostumbrado a la tragedia, que venía de una atroz menos de seis meses antes, no es algo que pueda ser premeditado, planeado o agitado. No sólo en Chile, la gente toda. cada una con su sensilidad, registro e ideología, sintió las campanas de alarma y después se empezó a decir de todo, desde datos certeros y contradictorios a opiniones mesuradas y soberanas huevadas. Tras los primeros días sin señales los atavismos surgieron solos: se empezó a hablar de milagro. Hasta el almidonado presidente chileno admitió que se estaba en las manos de Dios. Luego, con los días, el mismísimo obispo de Copiapó, con tantas horas de misa como de minas, monseñor Gaspar Quintana, se iba a encargar de separar ortodoxamente la paja del trigo: ahí no había, desde el dogma religioso, nada de milagrerías ni cosas que se parecieran, y sí en cambio rumas de salvaje explotación capitalista, más vieja que la humedad que le estaba carcomiendo los pies a los 33 allá abajo, y a la que le dio hostias sin mucha caridad cristiana que digamos, siempre y cuando quisieran ponerle un micrófono a tiro, que no fueron muchos, dicho sea de paso. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, si se lo quiere poner en otros términos. De primera mano, lo que se llevó consigo para siempre los 33 mineros que quedaron enterrados en la mina San José es el mito del Chilito lindo, paraíso neoliberal donde había triunfado sin cortapisas el monetarismo de los Chicago Boys, las dos décadas de trabajosa Concertación Democrática con verdaderos récords de contratos basura como régimen laboral, ensanchando hasta límites no alcanzados la brecha entre ricos y pobres, pero defendiendo a capa y espada la vigencia de los derechos humanos en Cuba y el retorno triunfal de una derecha tan ascética como pragmática para poner las cosas definitivamente en orden y que los mineros, para no ganar un sueldo de hambre a la luz del sol, bajen a los socavones sin poder exigir mínimas condiciones de seguridad y jugar a la ruleta rusa de los derrumbes. ¿O dónde fue que le tuvieron que amputar en seco una pierna a uno mientras con ese tiempo sacaban a otros con heridas de menor consideración? ¿No fue en la San José y no hace mucho? Es ocioso y barato preguntarse qué orden., como por ejemplo si dentro de él va a seguir que los mineros que no dan alta rentabilidad no tienen ningún tipo de seguro como no sea quedarse mirando un hoyito celeste donde está el cielo que quizá no iban a poder volver a ver nunca más. No se puede saber a quién vota la Naturaleza en Chile, pero no deja la sensación de ser muy oficialista que digamos. Por el contrario, se empecina en mostrarse medio partidaria fanática del gatopardismo: todo ha cambiado para quedar igual.
La intoxicación informativa, motivada fundamentalmente por el atroz nivel cultural y los caños rotos de Internet, seguían sin acertar si 34 o 33, para cuántos días tenían víveres en el refugio, a cuántos metros estaba el refugio, en qué consistía, si tenían aire, si se estaban tomando el pis o contaban con alguna fuente de agua potable. Recién el domingo 22 el presidente trasandino pudo exhibir públicamente las pruebas concretas que estaban con vida y a nadie le importó si milagro o coraje humano, si una fortuna a prueba de balas o algún santito milagroso metiendo la cola: se lo festejó. La gente sin distingos, que había suya la causa, sabía que el caso seguía tocando fondo y tenía motivos encima para los festejos.
Quedaba todavía la segunda pata de la cueca: cómo sacarlos. Pero siendo tan o más importante que la primera parte como que dejó de importar tanto. Las figuritas en video, en una sociedad visual y espectacular como la que vivimos, atrajo la lógica atención pública. Muy escasos, por cierto, los panoramas globales que al extraño, al no protagonista, le permitieran tener un imagen más o menos aproximada del lugar, lo sucedido y las bases de sustento dejaron entresijos para atisbar el drama. Nada de cataclismo, reflectores, rayos láser y toda la parafernalia que han logrado imponer. Siempre lo pequeño y esencial. Como la anécdota de que a poco más de cuatro horas de lo sucedido, o sea, cerca de las 06:00 pm del jueves 5 de agosto, cuando la nube de polvo allá abajo se asentó y los sobrevivientes intentan aplicar la lógica que la angurria capitalista nunca aplica, se mandaron por el conducto de la chimenea que abastecía de aire y tendría que haber servido de lógico escape, pero a poco de andar se encontraron con que la escalera no terminaba, los costos deben haber sido considerado excesivos, pero al mejor estilo de las arañas y los escorpiones, así y todo intentaron seguir subiendo, pero no hubo caso. Lo más desgarrante del caso fue cuando miraban para arriba, por el agujerito donde empezaba la chimenea, veían el pedacito celeste del cielo que hubiera sido la salvación y el que quiera ponerle connotaciones religiosas que se las ponga. Ellos no lo iban a alcanzar nunca y tuvieron que decidir el descenso, buscar todavía más abajo el dichoso descenso y los burgueses bien intencionados dejaron deslizar a la prensa sagaz que allí había latas de atún para dos días y resultó que era jurel, un pescado berreta, más seco que lengua de loro, el más barato de todo, pero que les debe haber sabido a salmón. Todo ese impecable informe está lleno de pequeñas perlitas que ayudaban a abonar por qué lo de la San José es un caso que merece el título de tal.
La característica esencial que cierra el rubro casos es que luego de sucedido lo estremecedor no tienen un final, no cierran en el olvido. Se quedan en el imaginario colectivo para siempre. Sufren distorsiones, se los aumenta o minimiza, se los endiosa o desdeña, pero se quedan. Adquieren la característica de efeméride. La animación en 3D con que se abre esta entrada tiene la pretensión de ser un aterrizaje concreto del lugar donde tuvo a bien desarrollarse el drama, comedia, sainete, liturgia o cualquier otro género en que quiera ubicárselo porque los casos son mutantes: cambian la cáscara, pero no lo fundamental, y convocan a otros testimonios tan fundamentales como oportunistas, tan testimoniales como comerciales porque pasan a ser el epicentro de un cosmos que le gana a lo pasajero.
No se pueden hacer ningún tipo de pronóstico, menos ahora, a por lo menos dos meses, tres, de que puedan salir definitivamente. Pero por lo pronto a la minería chilena, si ya no tenía literatura y testimonios a cuestas, le ha arrancado la careta para siempre. Con el agregado que en medio de la maraña de decires, bolazos, macanas, aciertos y demás, se escucharon palabras como Argentina, Kirchner, Santa Cruz, megaminería que cambia paisajes, ecología, contaminación y algunas otras cosas más. Por supuesto, los formidables aparatos de comunicación del sistema, empezando por el chileno, le entrarán a meter cuecas con el bicentenario, el día que los saquen van a dar la vuelta olímpica al mapa y demás. Pero lo que ha quedado ya es indeleble para siempre. Simplemente porque los 33 mineros de la San José protagonizaron involuntariamente un caso. Así de simple.
Como final provisorio, unributo musical de Jaime Dávalos y el Cuchi Leguizamón, quien decía que la canción es la única eternidad que tienen los pueblos. La zamba del minero, entonces, y no ocasión, como están haciendo ahora con los 33 enterrados.