¿LA CULPA ES DEL CHANCHO?
La comidilla es que Marcelo Hugo Tinelli, con epicentro El Show de Videomatch que emite Canal 13 a última hora del horario nocturno, con un promedio que supera los 30 puntos de raiting, lo que es calculado en una media de 4,5 millones de telespectadores, para adularlo o denigrarlo está llegando a generar 125 horas más de programación semanal. Cincuentón, recién separado de su segundo matrimonio, longíneo, cara de nene que la va de santito y lo hace parecer mucho más joven, dicen que la totalidad de sus bienes, con la productora Ideas del Sur a la cabeza, anda en por lo menos 50 millones de dólares.
Los principales hitos de su vida personal coinciden con los lugares comunes del prototipo que patrocina el sistema como modelo. Nacido en Bolívar en un hogar humilde, huérfano de padre en la adolescencia, migrante a la Capital alcanzó a terminar el secundario, tentar suerte en el atajo hacia la fama y la fortuna como es el fútbol, pero su paso por San Telmo y Defensores de Belgrano, dos equipos de segunda, valen más para el olvido. Sin embargo, el fútbol en particular, el deporte en general, iban a ser la catapulta. Enganchado como cadete en Radio Rivadavia, nada menos que en La Oral Deportiva con José María Muñoz, (a) El Relator de América, Juan Alberto Badía le tiró la soga para que entrara en Canal 11 y se animara a bailar con la de bigotes, con la que no quería nadie: a la noche, cuando ni en La Isla miraban la pantalla, con la escenografía de un mostradorcito, un banco alto y un aparato de tevé para él, pasar bloopers de deportes primero y después cualquiera que humillara y denigrara a la especie humana puestos casualmente en situaciones grotescas y ridículas. Había nacido Videomatch y el de la idea había sido Juan Yankelevich, un apellido ligado tradicionalmente a las comunicaciones electrónicas. Después vendría su asociación a Claudio Villarroel y una historia mucho más conocida y difundida.
Más allá del talento y las dotes personales, ídolo de multitudes televisivas y bosta para los cultores de la cultura de otros tiempos, es indudable que Tinelli contiene mucho de lo emblemático y condensado del imaginario colectivo argentino. Socialmente es hijo del Proceso y en estas dos décadas, en que creció y brilló, tuvo en el gobierno a figuras señeras como El Chango de Anillaco, el Chupete De la Rúa, el umbral de la desintegración y los Kirschner. En estos casos, aunque sea medio enclenque como retórica, es bastante difícil averiguar a ciencia cierta si fue él quien a trepado a envidiables alturas o el país como se derrumbó en un viaje de ida al fondo del pozo ciego.
En lo culturalmente televisivo, dos caras de una misma moneda, él y Mario Pergolini son indubitablemente hijos putativos de Gerardo Sofovich. Reservarse el papel de piolas, exitosos a pruebas de balas y rebalsando fortunas es la contracara individual de una sociedad donde abunda un candor muy parecido a la pelotudez y donde la miseria se ha enseñoreado. Haberle encontrado formato, miga y filo a esta fuente lábil, dócil para quien la quiera manotear son dotes que cualquiera de los nombrados tienen de sobra. Los resultados para el entramado social, por cierto, no son tan halagüeños, pero ellos nunca quisieron ni serán revolucionarios, tampoco modelos sociales redentores ni nada que se le parezca. Son apenas piecitas del ajedrez de lo que el socioanalista francés Christian Bromberger denominó la macdonalización de la cultura, algo que sucede para nada casualmente con una hiperfutbolización de la misma, sabiamente acompañada de su trivialización.
En una sociedad que no tiene pasado porque de lo que carece es de futuro, la única realidad de Marcelo Tinelli es esta noche y lo que en ella suceda. La adulonería de la que padece por estos días sepulta orbi et urbi las veces que tocó fondo. Una de ellas fue cuando en vivo, frente a la cámara, le escupió la cara a Raúl Germán Biaggioni, (a) Larry de Clay, un cómico de la legua que forma parte de la comparsa estable de todos los programas. El mencionado usa ese seudónimo donde el Larry no merece comentarios por el babeo que produce todo lo Made In USA, pero el de Clay obedece a que es Claypole, lo que es capaz de arrancar algo más que una sonrisa lo mismo que la Muñeca Brava que iba al Trianón de Villa Crespo y cuando se tiene el privilegio de ver el Trianón original, en Versailles, el cotorrito de los Luises al lado del palacio donde entre otras cosas se firmó la paz para que pudiera haber otra guerra, lo que embarga es un sentimiento indefinible como todo sentimiento abrumador. Actualmente residente en Castelar, el feudo del subcomisario Luis Abelardo Patti, es concejal por el Frente para la Victoria y el salivazo le vino a cuento como parte de una parodia que se trocó en la más agraviante afrenta debido a que el cómico representa el papel del hincha fanático boquense frente al sanlorencismo irredento de Tinelli, hubo una cargadita por parte del empleado que se pasó de tono y se comió el gargajo. La realidad irrumpió lo más naturalmente en medio de una ficción que quiere ser cataplasma.
Lejos de terminar allí, en octubre del 2008, una ignota vedete argentina radicada en México y apareada a un millonario que vaya a saber cómo lo consiguió, en su rauda carrera estelar aspira a tener las gomas más grandes del mundo y figurar en la Guía Guinnes. Lechuguita para el canario de Bolívar. Se la trajo contratada, intentó bailar y por suerte no se destartaló, pero cuando llegó el momento en que el inobjetable jurado tenía que emitir su veredicto, el crítico Jorge Lafauci, que en el reparto de papeles estelares, aprovechando que es pelado y luce cara de pocos amigos la jugaba al culto y malo de la película, nuestra doble pechuga emigrada fue hasta donde se encontraba el nombrado y le zampó sin más otro gallo en el hocico, vengando el honor mancillado de su hombre, cuate de ley, cuando Lafauci había cometido el pecado mortal de ir hacía a tierras aztecas y declarar que los mexicanos no le gustaban porque son medio feuchos.
A la altura del escupitajo en el hocico, a una distancia de nomás de 30 centímetros, la pareja Tinelli-De Clay tuvo otro entente metafísico con motivo de la racha ganadora de los boquenses y de tener que ir a disputar la Copa Toyota a Tokio. Algo escaso de fondos, en cámara intentaba que el conductor lo mangueara al ingeniero Macri, por entonces presidente del club, para que al igual que se hace con la barra brava, le tirara un pasaje, estadía y entrada. La representación de lo que debe ser la ética ante todo le impedía al salivador caer en semejantes bajezas y mucho más con un personaje de alcurnia como el hijo de Franco Macri. Eso sí, entre toreadas y sobadas que van y vienen, típicas de futboleros, Tinelli se comprometió que si le ganaban al Inter de Berlusconi en Tokio no sólo desde ya tenía todos los gastos pagos, sino que al regreso lo iba a ir a buscar con una autobomba de bomberos y traerlo hasta el canal en gloria y majestad para pedirle perdón de rodillas.
Boca ganó. Un gargajo en la cara es de lo peor, pero temporalmente es muy efímero. La caravana desde Ezeiza con un Larry de Clay encaramado en lo alto de una autobomba de los bomberos de Escobar, de frac y galera verde de satén, fumando su sempiterno habano, duró una eternidad y ni siquiera fue una postal original del peronismo. En los '50, exactamente igual, pero a pie por la costanera, en pleno verano, supo hacerlo El Mono Gatica sin motivaciones extras. Esto otro fue una montada en escena por dinero, algo que le quita, para bien o para mal, la espontaneidad de lo repentino.
Las zambullidas en piscinas rebosantes de miasmas, no siempre con salto ornamentales muy elegantes y plásticos, podrían ocupar un tomo del Espasa-Calpe. Si el cordobés Yayo, que virtudes actorales y escenario no le falta, de lo que anda escaso es de frenos. No tanto él. Aprovechando la vidriera de Showmatch hace espectáculos en la calle Corrientes y en el verano gira en un circuito secundario por el Partido de la Costa, Villa Gesell y aledaños. Se presenta como acompañado por un Cuarteto Obrero que en realidad son pistas en un CD y el hit que hace delirar a salas llenas, sobre todo de menores, se intitula Te rompo el orto. La sintonía con el conductor es tal que varias veces rompieron la barrera del sonido, como una noche con un mago de aspecto magro, nada que ver con Nostradamus, que se hacía llamar Míster Men e iba a hacer desaparecer una paloma. Alguno de los del panel metió un bocadillo por lo bajo y Tinelli no se pudo controlar ni pidiendo un corte porque después del corte la humillación siguió el in crescendo, sobre todo cuando más trataban de reprimirse y Yayo no hacía nada para ocultar que se tapaba la cara y que se metía abajo de la mesa.
En los espectáculos del cordobés la fellatio, los contranatura, las melange a trois y otras variantes se las llama como en el barrio. No dejan de ser guasadas orales. Pero hacer subir menores al escenario, sorpresivamente tomarlos de la nuca y hacerlos inclinar como para una tirada de fideo excede temas como el buen o el mal gusto. No debe ser contravención o delito, evidentemente, porque no se sabe de intervenciones de la autoridad de ningún tipo. Tampoco de padres que ven a sus hijos prácticamente sodomizados. Se ha sido testigo presencial, todavía con algo de azoramiento, que son los propios padres los que incitan a que sus hijos suban y los primeros en festejar la ranada. Es evidente que no estamos en Dinamarca, pero el olor a podrido no se aguanta.
Afirmar que hoy por hoy, desde hace dos décadas, Marcelo Hugo Tinelli si no es el prototipo del argentino medio se le parece bastante. Compró un equipo de fútbol de la segunda hispana, comercial aquí y afuera jugadores, fundó astutamente el Bolívar Signia, un equipo de voley de su pueblo natal dada la saturación que hay en materia de fútbol y básquet. No ha ahorrado para traer jugadores extranjeros y mantener al equipo en primera línea. Como los equipos de la liga están desparramados por todo el país, no hay ningún problema para que los fieles seguidores pueblerinos sean charteados en micro. La casa paga. ¿No tenían un estadio con gimnasio acorde? Para eso están los Kirchner y los fondos oficiales correspondientes que escasean en materia de escuelas, hospitales y otras obras menores de infraestructura no traen ni votos ni simpatías populares.
En materia directamente política las incursiones del ex cadete de La Oral Deportiva han tenido bastante de desfachatado. Como cuando inventó un segmento tipo FutSal, a 10 mil dólares el cachet de figuras ya un poco de vuelta, pero sobre todo sufriendo la pesada carga de la droga cuando no purgando penas oficiales por tal asunto. En ese interin no tuvo ningún tapujo en producir el acercamiento entre El Diez y El Chango de Anillaco, distanciados desde el episodio del departamento en Primera Junta, cuando el primero no se anduvo con chiquitas y acusó al otro de haberle hecho la cama para distraer la atención, sobre todo mediática, de todos los negociados y droga que corría en el gobierno.
El episodio de haber llevado al Chupete al estudio, gracias a la genialidad de su hombre en la cultura, de apellido Lopérfido, fue penoso. Verlo quedar extraviado en el estudio, al garete, donde dramáticamente su doble pasaba a ser el real, superó varias marcas. Sobre todo por lo impensado del costalazo, por las virtudes naturales del entonces primer mandatario para el ridículo, que sólo pudo superar con su salida, un tanto intempestiva y sangrienta.
Compró una radio en sociedad con Daniel Hadad, se habló muchas veces de la inminencia de la compra del Canal 26 de Alberto Pierri, como proyecto de punta para los planes kirchneristas, y hace poco no tuvo remilgos para decir en público que en el 2011 lo va a votar al Pingüino. En este sentido las suertes están echadas y Marcelo Hugo Tinelli tiene condiciones sobradas para no ser otra cosa que oficialista siempre, pero particularmente kirchnerista. Más que nunca cuando las polémicas más profundas en su torno, actualmente, giran en torno a si todo lo que sucede en sus agitados, revueltos y agresivos programas es natural o un libreto escrito, un acting, como está de moda decir. En este punto es donde el mundo que hace representar en un set se funde con el argentino medio de la actualidad: qué es realidad, dónde está lo que se simula, hasta dónde llega la verdad o si simplemente todo es mentira. Apelar al socorrido ejemplo del INDEC sería un golpe demasiado bajo.
Instalar el epicentro del debate en el límite confuso, si es que existe, sobre qué es realidad y qué es ficción, puede ser un logro del alcances dudosos. Un aspecto más que deleznable es la práctica constante en denigrar y humillar con elogios excesivos: maestro, sos un top ten, inigualable, etc., y el gesto turrito de ojos brillantes. Todo esto contrapuesto con la adulonería, a veces con sesgo de servilismo, cuando tiene en enfrente a un poderoso de verdad. En materia de presentación de grandes figuras, muy caras y con arraigo, la desmesura toca límites inauditos y no es más que la renovación de los viejos animadores de parques de diversiones y kermeses, características que las debe haber aprendido en su pueblo. Haber renovado el formato entrenimiento con el agregado de una clake donde no pocos tienen luces propias reluce como un hallazgo. Pero a poco de observar son su séquito con presentaciones al mejor estilo Las Vegas, de un despliegue de producción donde son notables los gastos para lo brillante, luminoso y superfluo.
El latigoso discurso de la tevé actual, en lo que hace al último bochinche entre figuras, entre los jurados, entre bailarines y jurados, se ha convertido, no la disputa, sino el tema y el tono de la disputa, en el tema diario. Las cartas documentos surcan el cielo como los misiles norteamericanos en Medio Oriente. Los abogados más caros del momento representan a las figuras y salvan los honores salpicados. La polémica de fondo es si se trata de conflictos en serio, improvisados o sabiamente orquestados por El Califa de Bolívar que mira todo sin intervenir mientras el rating por minuto sube y sube. Pero desde nuestro punto de vista es totalmente anecdótico. Si hay un crítica que hacerle es que como quilombo es un pálido reflejo de lo que sucede actualmente, a costos siderales como las producciones de Ideas del Sur asociada a la Pol-ka de Adrián Suart. La gente se siente en su salsa y encima los referentes sociales y políticos son aburridos, carecen de ideas, mientras que en la pantalla chica los resplandores del láser, las lentejuelas, el meterle los deditos entre los senos a las bien dotadas, que las chicas hayan adoptado por costumbre perder la educación y no sólo darle la espalda a la cámara, sino encima agacharse porque les pareció ver una medallita milagrosa en el suelo, al menos por un rato, vuelve algo más soportable una realidad que lo más gratificante que tiene es un viaje a la hora pico, en la línea C del subterráneo, de Retiro a Constitución.